martes, 31 de enero de 2012

De regreso...




                Esta historia es una historia de posibles imposibles; de como el tiempo es un aliado de la duda, enemigo de la pasión. Una historia que habla de princesas y castillos, de lágrimas y risas, de llamadas y buzones, de temblores y caminatas, de desayunos y de cenas, de distancias y de pausas.

                Tres letras, dos vocales y una consonante. Una sorpresa saber de su existencia. Unos meses donde el tiempo fue mi aliado y logró sembrarte en mi corazón, capaz de cuidarte dentro de él. Fueron páginas de historia que iban escribiéndose hasta altas horas de la noche, páginas que hablaban de mi y de ella, que conforme avanzaban iban poniendo al descubierto nuestros sentimientos. Relaciones diplomáticas entre el tiempo y yo: más que amistosas.

                ¿Cuántas veces insistí? No fueron más de cinco. Comprendía el concepto de darle tiempo al tiempo. Nunca hubo desanimo, nunca frustración.  Septiembre, octubre, noviembre… Lunes, martes… Mi mundo cambió. Mi vida dio el gran giro que siempre buscaba. Este corazón encontró su motivo para latir, al grado de intentar componer sinfonías. Mi mente dibujaba castillos por doquier, no importaba el terreno, cualquier suelo (sólido, líquido, gaseoso; existente o inexistente) era buen lugar para ejecutar los planos. Conciliar el sueño, era posible sólo contando borreguitos, ¡de lana morada!

                Las distancias de mis viajes, por el medio que fueran, siempre estuvieron cubiertas por la mejor compañía de seguros que ha existido sobre la faz del planeta. Mi seguro cubría daños a primeros, a segundos y a terceros. Asesoría online en caso de inestabilidad amorosa en el corazón, 24 horas al día, 7 días a la semana. Servicio de guía en situaciones de encontrarme perdido en medio de una ciudad desconocida. Seguro de vida, incluido; en sus manos mi vida no corre ningún riesgo. En vez de sentirme preocupado en estos viajes, me sentía ilusionado con la posibilidad de compartirlos con mi agente de seguros.

                Diciembre. Tres días. Miércoles. Una noche.

                En la infancia era mi programa de televisión preferido, existían películas de ellos, pero ninguna tan lograda como esta última. Ella estuvo a punto de descubrir mi secreto. Pero ese secreto duro tan poco, para la noche estaba probando el dulce sabor de sus labios, el cálido tacto de sus manos llenaba de paz mi alma. Siguieron días de maravilla. Inspiraciones. Sonrisas. Compañías… El desayuno por la mañana dio inicio a la más linda de todas las historias jamás escritas en las páginas de mi corazón. Una respuesta que fue el combustible que mi cuerpo necesito para cruzar montañas, praderas, bosques y demás suelos que se caminan para cumplir mi profesión de fe. Pedir por ella, pedir por mi, pedir por un nosotros. Y aunque la compañía física fue pequeña, la compañía espiritual, emocional, de amor, era más grande que mi fe.

                La estancia en este aeropuerto era maravillosa, este aeropuerto fue en el que siempre soñé estar, del que siempre soñé partir hacia una nueva vida y una nueva forma de querer. Veo la pantalla, y el vuelo aun parece normal, sin problemas. Me acercó al mostrador, pregunto mi terminal. Una mujer alta, cabello negro y lacio, ojos radiantes, sonrisa que conquista, y unas manos largas y expresivas toman mi boleto, lo ven; con la voz más dulce que hace sinfonía en mi corazón me informa: “necesita esperar un tiempo, su vuelo, esta demorado”. Un cúmulo de tiempo sobre mis hombros. Un horizonte que nunca alcanzaré.

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