lunes, 1 de noviembre de 2010

Kepéla

Kepéla
… por el contrario desenamorarse
es ver el cuerpo como es y no
como la otra mirada lo inventaba…
Mario Benedetti.
Esta historia puede comenzar una madrugada de domingo¸ una velada llena de magia que envolvía el ambiente por estar cerca de ella; llena de luz que opacaba el brillo de los primeros rayos del sol, cuando probaba por primera vez su blanca boca; llena de sorpresas que nunca imaginé, ni en mis más platónicos sueños, cuando fui respondido con actos y no con dichos.
     O puede que esta historia inicie la mañana del trece de abril en el Paraíso, y es que, en palabras de ella “apenas si le quedaba el nombre”. Podré decir que el Paraíso lo encontré entre sus brazos protectores y mundanos; en la mirada que reflejaba la verdad de su sentir y de su actuar; en el coraje de enfrentar las situaciones complejas y de alentarme a nunca ser el vencido en la batalla de la vida.
     Por todo lo anterior, la historia tal vez comenzaría tres meses después, al compartir juntos el primer logro de un trabajo de años, aunque en comunión sólo al final del mismo. O pudo iniciar cinco días después, cuando por unas horas las leyes de la física o química (la verdad nunca fui excelente en ciencias exactas) se vieron rebasadas cuando creyó en la posibilidad de estar en dos puntos al mismo tiempo. Inclusive puedo comenzar un 25 de julio, cuando la brisa tenue de su aroma inundó mi hábitat, cuando la suavidad de su piel cobijaba mis noches frías y la dulzura de su voz me despertaba en las mañanas, cuando por primera vez entendí la elegancia del amor.
     Se dice en las culturas africanas que, en la vida alguna vez habremos de caminar con alguien a lo largo de un río hasta su delta; sin embargo, en ocasiones lo haremos por riberas opuestas que nos conducen al mismo lugar pero con la imposibilidad de estar del mismo lado, no quedando otra alternativa más que la de aprender a vivir con la distancia. Esto es kepéla, y es ahora, o más bien siempre fue, nuestra realidad.
…ayer
sin ir más lejos
ese ayer que empezó siendo aciago
se convirtió en buen día…
Mario Benedetti